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viernes, 20 de noviembre de 2015

GILGLOTIS


      Siempre he odiado a la gente soberbia, los fanfarrones embriagados de su propio ego me sacan de mis casillas, los peores son esos que, además de en el hablar, se exceden en el comer y el beber. La imagen de un tragaldabas masticando mientras habla de sí mismo se me hace insoportable.

      Para mi desgracia mi devenir profesional ha hecho que acabe laborando en la ciudad de los bravucones por excelencia: Bilbao.

      Cierto es que, tras dos años de estancia en la capital, estoy tan integrado que practico el noble arte del poteo vespertino con pareja desenvoltura a la de cualquier oriundo, vamos que, pocos serían capaces de discernir si procedo de Deusto o de Indautxu.

      Nuestra cuadrilla se compone de cinco incondicionales que, tarde si y tarde también, realizamos fiel peregrinaje por una ruta trazada tras años de intensa investigación estadística y comparativa: sabor, precio y simpatía de las camareras, la compañía es importante a ambos lados de la barra.

      Hace tres semanas la cuñada de Patxo, uno de los cinco magníficos, nos encalomó a su hermano Kike, recién divorciado, grande y boceras. Uno de esos tipos que rebosan tanta falsa autoconfianza como brillo en su calva cabeza; el tal Kike era un tolosa de manual, pseudoerudito en artes y ciencias,  pretendía saber de cualquier tema, por dispar que fuera, desde la gastronomía precolombina hasta el arte suiseki. ¡Si hasta nociones de biblieconomía decía que tenía!!

      Ya os habréis percatado de que no era calaña de mi agrado, así que una tarde de viernes decidimos darle una lección de humildad y ponerlo en su sitio, habíamos pasado demasiadas veladas de tensa tregua y ya era hora de que aprendiera.

      Las barras desprendían la alegría del fin de semana recién estrenado, todo fue entrar en el bar de Maritxu y toparnos de frente con una magnífica fuente de las gildas especiales de la casa, brillantes y aceitosas, con sus anchoas en grana bien regordetas, faltó tiempo para que alguien lanzase el archiconocido desafío: “no hay güevos a comerse esas gildas de una sentada” y claro, nuestro Kike entró al trapo, la gula brillaba en sus ojillos de niñote malcriado.



Una, tres, cinco, ocho, dieciocho, yo qué sé cuántas zampó, las gilditas desaparecían como si resbalaran por su boca, hasta que la última decidió quedarse de palique con la epiglotis, ni p'arriba ni p'abajo, el único que se elevaba era Kike, que con la cara amaranto empezó a hacer tremendos aspavientos. Cuando dejó de moverse nos asustamos de veras y sin pensarlo dos veces lo levantamos y subimos la cuesta de Areilza hacia la Cruz Roja, Kike iba tieso como una tabla de surf, ¡Con decir que desde entonces nos llaman los B.B.B. (Bilbao's Beach Boys)!

Diagnóstico y alta: espasmo laríngeo por reacción irritante ambiental. Kike estuvo toda la noche ingresado, conoció a una amable enfermera lituana que quedó prendada de su sabiduría y nos libró de él para siempre.

Final feliz, un engreído menos en Pozas.






Escribí este relato en mayo en colaboración con Ximo , nos presentamos a un concurso y ganamos confianza, compañerismo y mucha ilusión. El concurso pedía que Bilbao debía estar presente en la historia, al jurado no le gustó demasiado, espero que a vosotros un poco al menos si  ;)


Si quereis sumergiros en el magnifico trabajo de Ximo Segarra, este es su blog:Un planeta llamado Acapu