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lunes, 12 de agosto de 2013

DownHill


Entro a la tienda y ella atrae mi atención, la admiro por un rato antes de acercarme. En cuanto toco el cuadro me siento transportada.

Me vi en gran esfuerzo subiendo una cuesta empinada, el sudor resbalando por mi cara, la alegría de hacer cumbre cosquilleó mi nuca, no pude evitar sonreír. Luego llegó la bajada, la cabeza cortando, el viento resbalando por mi cuerpo, los árboles desenfocados pasando rápido, mi rodilla casi rozando suelo en una curva, el hueco oscuro, una rueda que derrapa, vi un cuerpo en el fondo del barranco, las piernas en un ángulo extraño, el cuello demasiado girado, el silencio demasiado quieto.

Una voz me habla desde atrás y me hace dar un respingo.
–Es bonita, verdad? –me dice un joven vendedor con una sonrisa de oreja a oreja.
Tardo unos segundos en responderle, la sonrisa se le queda congelada mientras mira mi pálida expresión –solo estaba curioseando –le contesto cortante– mejor será que me acerque a la sección de runnig.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Orden aparente


Despiertas, o eso crees, solo se oye el silencio, no consigues recordar dónde estás, abres los ojos y los finos rayos de luz que atraviesan la penumbra empiezan a dibujar la habitación. Se te hace conocida, estás tumbado en tu cama de siempre, las piernas extendidas, los brazos también; luchas por despegarte del sueño en que te encontrabas, algunos jirones de la pesadilla se aferran a tu piel y al movimiento de tus pensamientos: de nuevo vuelves a caminar entre nebulosas, rodeado de gente, es un lugar cerrado, agobiante, notas el brazo izquierdo más ligero, sientes una quemazón en la extremidad; puedes ver tu brazo mientras observas la lámpara, el carpo finaliza abruptamente en un muñón, el dolor proviene del lugar dónde debería estar la mano.

Ahora ya totalmente despierto, vuelves a notar un hueco al final del brazo; empiezas a mover tu cuerpo con cautela: primero los dedos le los pies, luego las piernas, ahora la mano derecha. Tienes el otro brazo extendido sobre el lado vacío de la cama, deseas y temes mover la mano. Hay ahí un dolor bronco, aplazas la decisión unos segundos y finalmente te decides a dar la orden. Tus dedos, la mano entera se han movido.

Está ahí –piensas aliviado– la mano está en su sitio.
El sitio está vacío.
El dolor sigue aquí.