–Corre, corre, huye! ¡Escóndete!
-¿Dónde?
A la izquierda del camino,
entre lo que fueron dos casas
el sol había ganado un hueco a la penumbra del bosque.
Y bajo la luz cálida de media tarde,
no se sabía si la piedra
sujetaba a la casa o
la casa sostenía a la piedra.
Ella lo llamó:
–Escóndete, aquí en mi regazo.
Acurrucado bajo ella, atrapado por su gravedad.
Empujándola la con sus pies y manos.
No se sabía si la piedra sostenía al hombre o
el hombre sujetaba a la piedra.
Transcurrió un segundo eterno, equilibrio.
Los pájaros callaron, su corazón se sosegó.
La quietud de la piedra se fue filtrando
hasta el fondo de su conciencia
y la calma lo invadió.
En el segundo número dos se levantó,
se sacudió la tierra que por la espalda lo había abrazado
y se encaminó a enfrentar su suerte.